martes, 11 de noviembre de 2008

SETENTA Y TRES

Sí, pero quién nos contara del fuego vivo, del fuego natural que corre en el punto más frío del universo, saliendo d una concha a otra, nadando de la ventana al árbol, del fuego siempre siendo que nos tiene las piedras calientes y acecha en las cloacas más heladas, cómo haremos para bañarnos en su calor quemadura amarga que nunca perece, que vive para abolir el tiempo y la memoria, que alienta a las sustancias volátiles que nos vuelven inmortales, y que nos besará la conciencia suavemente hasta calcinarnos. Entonces es mejor conciliar como las hormigas y las orquídeas, arrastrarnos en la tierra y sus ramas muertas, con los rostros incandescentes y enérgicos que nos brillan en el cedazo nocturno aleteando para alumbrar a otro planeta. Ardiendo así sin pacto, fundiéndonos en la quemadura primaria que sigue como el sueño en las neuronas, ser el ritmo de una llama en esta noche de piedra permanente, detenernos en las tardes de nuestra historia con la necesidad de la materia en su fluir vegetal.
Cuántas veces me respondo que esto no es más que escritura, porque siempre patinamos en el engaño entre teorías psicológicas y leyes de gravedad. Pero preguntarse si podremos fundirnos en el más acá de la cultura o si es más fácil aceptar su alegre vaivén, ¿No será otra vez cultura? Revoluciones, contrarreformas, temores, modas pasadas, todos los totales: el porqué del apareamiento de las liebres, el tiempo de traslación de los planetas, el comportamiento de la transpolación magnética, las teorías atómicas, los mitos griegos, qué columpio de verdades, qué ficciones de Best séller con abismos en trajes de payaso y hoyos negros descansando en pulquerías. La simple idea de libertad se muere en sí misma la ser pensada. Para que te digo que si, si no... Parecería que la libertad no puede pesarse en la báscula del equilibrio, que su cotejo la empobrece, la esclaviza, la transforma en atadura. Entre el vapor y el hielo ¿Se pueden contar los segundos? Entre el sí y el no ¿Minutos quizá? Todo es ficción, es narración. ¿Pero de qué nos tranquiliza la fe en el éxito profesional? Nuestra verdad sólo puede ser ficción, la verdad tendría que estar en algo vivo, en algo no inventado, una araña, un pescado, una piedra, un tronco, una rama, una uña, todas las cosas que ya existen prefabricadas en la naturaleza. Todo lo demás, ficciones, la sociología, un cuento, la historia, una fábula, los mitos, el espejo del funcionamiento de nuestras neuronas. En uno de sus escritos, Lorenza Franco, habla de cómo un citadino visitando África observaba a las hormigas Tifu haciendo su camino mientras lo recorrían. Las veía entrar en sus nidos mientras lo cavaban, las recordaba y lloraba. El recuerdo fue al principio envidia, luego incógnita, ansiedad de la conciencia, ridiculización de las decisiones, conversación de café, motivo de reflexiones, finalmente tranquilidad del manar, la paz, las hormigas Tifu fueron la paz, nadie podía pasar por la vereda sin observar por encima sus caminos y sentir que eran la vida. El citadino murió en el abrazo de una boa y las hormigas siguieron con lo suyo. Un conocido observa aún a las hormigas Tifu en su caminar constante, las ve detenidamente hasta que pasa alguien más y escondiendo su asombro continúa su camino. Lorenza pensaba que las hormigas debían ser el ejemplo de algo más, de Dios o algo por el estilo. Solución demasiado obvia. Pero quizá en los simple está la respuesta, quizá el error estuviera en que no aceptamos que esas hormigas eran hormigas porque la naturaleza así las hizo. Un niño toma una hormiga pequeña y lo convierte en su postre porque sabe a chile con limón. Probablemente el citadino era un imbécil pero podía comprender que en el fluir están las respuestas. De las hormigas a una hoja, de la hoja a una estrella...¿Por qué ignorar a las abejas y su panal geométrico? Se puede ser libre si se ignora la culturización de la materia y sus formas.
Así es como el DF. nos destruye lentamente, exquisitamente entre coches viejos e importaciones extranjeras con instrucciones en inglés, sin el fuego natural que corre por la noche evaporándose en las calles transitadas. Nos quema un fuego artificial, un brillante cuento, una herramienta de la especie, una ciudad que es la Gran Hormiga, la horrible imitación con su camino ya hecho por donde transitan las patrullas, sirenas de tortura como astillas, prisa en una cárcel atestada de palomas enfurecidas. Ardemos en nuestra obra, fabulosa ciudad de la esperanza, alto desafío de los mexicas. Nadie nos contará del fuego vivo, del fuego natural que camina por las tardes por la Alameda Central y la Plaza de la Ciudadela. Sin salida, enjaulados, elegimos por cultura la pésima imitación de la Gran Hormiga, nos inclinamos sobre ella, entramos en ella, volvemos a inventarla cada día, a cada piratería, a cada sexo de prostitutas en los barrios de Sullivan, inventamos nuestra llama, ardemos en el pavimento, quizá eso sea la libertad, quizá los fonemas envuelvan esto como el papel destraza a los tacos y dentro esté el perfume del cultivo, la mazorca en su hoja, el sí sin el no; el no sin el sí, el día sin Periférico, sin metro Hidalgo o Balderas, de una vez por todas y en paz y ya basta.

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