martes, 11 de noviembre de 2008

Bachai

¿Qué dirá el coro cuando seamos adultos? ¿Qué aullido vendrá?

Ya se les ve rugir por las avenidas, se les ve llorar de entusiasmo y reír de terror. Se les ve con el ojo atento, la mirada perspicaz, la percepción entera; se les reconoce con el dedo histórico: éste sabe que han venido a repetir un mensaje. Los vidrios de los aparadores recogen las sombras, reflejándolas. Detrás, en las cafeterías, oscila el negro y trepida la loza. Bajo las mesas, los casquillos rotulares traquetean. El ojo de los ciudadanos también las irradia, las reproduce en un temor distinto, las traslada a un terror que las obliga a mantener los talones sobre el piso, presionando para no volar. La nueva habla una queja. En las cajas registradoras tambalean los metales, temen ser fundidos de nuevo; los periódicos, cuyos nombres son ilegibles mas no sus intenciones, ondean, sus esquinas son dobladas por las manos agrietadas de quienes creen en ellos, sus imágenes se regodean entre sí, coherentes en su tinta. Ruedan los fragmentos rebeldes de concreto, las siguen; al tocar las plantas de sus pies, comprenden su razón, las aman, se refugian en sus uñas. Los muros de las fachadas imprimen también su paso, se identifican en su deterioro; sobre puestas a las letras urbanas, se lee su palabra entre líneas. Trabajan su misterio para ser escuchadas sólo por quién merece tal destino. Los oídos peludos las retienen en sus bellos, su cerilla moldea la exhortación: él también está cansado, y guarda en sus lóbulos, una intención que no logra escuchar con precisión; pero los saben sus labios que muerde. ¿Dónde fluye el silencio? Que dios vendrá en él a labrarnos inmóviles?

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