martes, 11 de noviembre de 2008

Oníricos I

Un hocico se mecía en el ungüento de una res que se deformaba en el Tártaro del sueño de un poderoso triturador de tenedores. Y todo por que delante de una señorita el pene de un caballero melodioso tiraba escupitajos nebulosos de enfermedades. Porque antes de encontrarse en la esquina de sus ilusiones a esta señorita ingenua de sesenta años, su esposa de veinte lo dejó por ser un brusco poseedor de vaginas. No es cosa pervertida hablar de las nalgas en la iglesia, pero las leyes sobrepasan a la naturaleza en la superficie de nuestros prejuicios. El asunto es que este triturador de tenedores, osease un fundidor de hierro, conoció a esta señorita anciana varias horas después de los gritos del melodioso. Era de esperarse que la señorita tuviera que ir a la lavandería, pues ella no lavaba su vestido de terciopelo morado a mano por la artritis, y que mientras esperaba se sentara en la banqueta a fumarse su recuerdo y este triturador de tenedores, cuyo negocio estaba a un costado de la casa de las lavadoras, olfateara el despojo de un coito en los cabellos azules de la anciana, y el falo del triturador se erectara tan alto, o tan horizontal según prefieran pensarse las dimensiones, que rozara el hombro de la ingenua inventando mil historias en los líquidos espesos de su vagina. El vestido estaría impío dos horas después por lo que se fundieron, además de 100 tenedores de la reina, varilla y horno en 5 minutos de potencia de sudores. La anciana tomó un café enfrente de la lavandería después del acto. En la noche, después de haber ordeñado su vaca, el triturador soñó en un hocico que se mecía en el ungüento de una res que se deformaba en el Tártaro, mientras el melodioso soñaba en una anciana de vestido morado de terciopelo que era la madre soñada de una débil de veinte que había conocido esa tarde en la imaginación de una lavandera al pasar a dejar los cubiertos de la reina con el triturador de tenedores.

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